144 – Sin juzgar segundas intenciones

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Sin juzgar segundas intenciones

 

 

El diputado nacional Osvaldo Pellín responde a la nota del doctor Gadano, aparecida en el matutino regional sobre el proyecto del MPN en el gobierno:

 

Sin juzgar las segundas intenciones del artículo que publicara el diario Río Negro en su edición del 29 de agosto pasado bajo el título «Las palabras y los hechos», que firma Jorge Gadano, dado que ese juzgamiento podría quedar fuera de la tolerancia y de la aceptación de la libre expresión de las ideas, me permito responder brevemente a las aseveraciones en él vertidas. Las mismas cuestionan el proyecto de mi partido en la acción de gobierno, por lo tanto me asiste el derecho a réplica.

 

El rol del Estado neuquino: para nadie es novedad que está encuadrado desde el MPN como una herramienta para el desarrollo de una provincia postergada y que sienta su prioridad en una reparación histórica bajo las formas de la justicia social.

 

Sobre esa base la provincia vivió las alternativas de un país que tampoco dio durante estos años, después de 1955 en especial, una definición de lo que espera del Estado. De cualquier manera el sistema económico en la Argentina es una de las variantes de la economía mixta del capitalismo periférico, con gran participación del Estado como productor de bienes y servicios.

 

En el marco entonces de la marginalidad política y del olvido de su presencia cultural, se inició la vida política del Neuquén. Hubo que rehabilitar su casi inexistente personalidad cívica y crear mínimamente las condiciones básicas que hicieran viable la radicación de gente en un espacio geográfico incomunicado y semidesértico.

 

Frente a ese panorama, el rol protagónico fue el del Estado que atacó, entendemos que con eficacia, esa situación. Es absurdo comparar esa realidad en cuanto a solidez con el alto Valle de Río Negro donde su actividad primera resulta a todas luces carente de un par semejante en Neuquén. Más vale, la comparación debió hacerse con la llamada línea sur de la mencionada provincia porque allí las características se prestan para ello. Entonces las diferencias vividas penosamente por esa población podrían arrojar una distinción claramente significativa que resultara útil a los fines del análisis que se pretende hacer.

 

En cuanto a la acumulación de capital, el Estado provincial dio muestras claras en tres áreas de su clara vocación de invertir en actividades productivas como la forestación, la minería y el turismo, creando entidades que jurídicamente admiten la participación privada como protagonista esencial para su desarrollo.

 

En lo que se refiere a las ramas dinámicas de la industria, como la petroquímica, por ejemplo, fueron promovidas ante el cliente que se supone más interesado y que mejor las podía encarar: el Estado nacional. ¿O el polo petroquímico Bahía Blanca no representa una promoción excluyente financiada por el Estado nacional, con materias primas que están fuera de la provincia de Buenos Aires?

 

¿O los privilegios de todo tipo que obtienen esos inversores privados distorsionando la distribución especial del desarrollo industrial en el país, de qué bolsillo salen?

 

Cabe preguntarse además ¿Cómo podría, sin apoyo, el Estado provincial embarcarse en actividades que necesariamente deben coordinarse con planes nacionales, que es donde se fijan tarifas, tasas y cargas impositivas?

 

Mientras tanto el Estado provincial hizo lo que tenía que hacer: crear la infraestructura para el asentamiento industrial de toda dimensión. Y así apareció el parque industrial de la ciudad de Neuquén, detenido hoy en su crecimiento por la imposibilidad de ser la propia provincia autoridad de aplicación de los proyectos que se presentan y porque la burocracia central, nunca mejor aplicado el término, no ha aprobado en los últimos tres años de gestión ni un solo proyecto significativo para su radicación en esta zona.

 

Y finalmente sólo puede ocurrírsele a alguien de algún modo ausente de la realidad trágica de la Argentina de los últimos 10 años cuando se pregunta por qué no se acumuló capital privado en Neuquén, en medio de una timba financiera y de la fuga de capitales más alevosa de nuestra historia. ¿Será necesario recordar todavía dónde se acumuló el capital privado de origen nacional en un monto casi equivalente a la totalidad de la deuda externa argentina?

 

La llamada letanía federalista, peyorativamente aludida, como todas las reivindicaciones no satisfechas, tiene el mérito de haber creado conciencia y sobre todo el de no haber claudicado. Se dice que se hizo sin el menor eco. Esto es falso. Hoy hay un planteo nacional que reconoce en la estrategia federal del desarrollo una de las últimas posibilidades no exploradas por el país y que pueden conducirnos al camino de la inde­pendencia económica tan ansiado. Esto ha sido reconocido por liberales, radicales, peronistas y comunistas y por todos los que vivieron la soberbia del centralismo. Hoy nadie negaría profundizar en la Constitución la concepción federal y así hay opiniones que proponen la provincialización de los recursos naturales para incluirlos en ella.

 

Se habla de que Neuquén es una fantasía y si es así habrá que atribuirlo al propio pueblo que ha generado ese sentir o a nuestra propensión latinoamericana por el realismo fantástico no lo sé. Pero negó nuestra pobreza material y entonces uno acaba preguntándose por qué se banaliza la realidad política de una expectativa positiva del pueblo neuquino, tan verdadera como un cerro o un edificio.

 

Lo que tenemos es poco, quizás, pero habrá servido para generar una dinámica en lo político, en lo social y en lo cultural. La nación por el contrario tiene más, pero no ha sabido generar más que decadencia y desánimo. Desde luego no somos ajenos a la difusión de ese sentir como que componemos esa nación, pero hemos intentado diferenciamos y ponderar nuestros logros más allá de su valor intrínseco. Porque es humano y hasta socialmente sano defenderse de la chatura general arropada de snobismo, en base a la realidad legítima y prácticamente concretada.

 

El Diario, 2 de septiembre de 1987

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