Derechos humanos
Nota de opinión de Héctor Mauriño
Una vez más, como es ya costumbre, Neuquén dio la nota durante los acontecimientos de dominio público que ocuparon el interés de la ciudadanía durante la semana santa.
Como nadie ignora, el país entero se movilizó. Salió a la calle y dominó la escena para hacer expreso su rechazo al desplante militar. Eso en todas partes, con un nivel de participación más que considerable. Neuquén, claro está, no fue la excepción. A no ser que se tenga en cuenta la magnitud, en términos comparativos, de la masa de público desplazada a la calle, del nivel inédito de participación de las fuerzas vivas y de la prensa oral, escrita y televisiva.
Los medios coincidieron en la evaluación: alrededor de 40 mil personas, la más grande entre las grandes manifestaciones aquí vividas, se congregaron ante el municipio para dar testimonio de su desprecio por el autoritarismo.
No fue eso todo. El conjunto de las fuerzas políticas y gremiales, las iglesias, las organizaciones barriales y comunitarias, todos los estamentos de la comunidad se alinearon detrás de idénticos propósitos y dejaron de lado sus diferencias circunstanciales o profundas para sumarse a un mismo objetivo, defender el sistema institucional.
El poder en Neuquén, ya lo dijimos desde estas mismas líneas, se horizontalizó y no fue dable advertir diferencias significativas entre la participación y el accionar de representantes y representados.
Aun hubo lugar para algo más, verdaderamente insólito en el marco de la justa popular que caracterizó el vigiliazo: el comandante de la VI Brigada de Infantería de Montaña, el coronel Francisco Eduardo Marchiandiarena, se pronunció públicamente por el respaldo a las instituciones y fue a ocupar un lugar entre los representantes de las fuerzas cívicas que se pronunciaban contra el golpe.
Por cierto a nadie ha escapado tampoco la calurosa camaradería que fue dable observar entre figuras que no comulgan totalmente entre sí (cuando no se rechazan de manera manifiesta). La coincidencia expresa, como nadie ignora, contribuyó de manera efectiva a mitigar la razonable dosis de zozobra que embargó a todos y a cada uno durante esos días. La conocida sensación de estar solo frente a los designios autoritarios es, lamentablemente, una experiencia conocida por los argentinos de las últimas décadas. Todos saben de esa patología. De un aislamiento que hace poco confiable a cualquiera. Más aún, todos conocen, a su pesar, el extremo de controlar las emociones como forma de evitar ulterioridades a menudo sangrientas.
Cuando la realidad es demasiado tremenda, la España de Franco dio testimonio de ello, pensar se convierte en un peligroso ejercicio frente a uno mismo. La indignación es un caudal borrascoso que, contenida, puede lacerar la dignidad.
Por esta vez la gente no estuvo sola, ni frente a los demás ni ante sí misma, y ésa fue la fortaleza y la dignidad de la hora. Así, paradójicamente, Neuquén era una fiesta. A despecho de la gravedad de los acontecimientos que nadie omitió y cuyas eventuales consecuencias, precisamente, nadie ignoró.
¿Qué ocurre en esta ciudad que una y otra vez se diferencia, si no cualitativamente, al menos cuantitativamente del resto del país? No es fácil enhebrar una respuesta que escape a la complacencia facilonera. Sin embargo, nos animamos a señalar algunos matices.
Como se conoce, la población local viene mayoritariamente de la migración. Son individuos o familias que provienen de distintos puntos del país, preferentemente de ciudades del interior y de la Capital Federal. Pertenecen, por llamarla de alguna manera, a la cultura urbana argentina, de la que deliberadamente se quieren excluir por todo lo que ella comporta de enajenante e inhumano. A diferencia de otras capitales del interior del país, la ausencia de patriciado y de las pautas de comportamiento que éste comporta, la sociedad local es, en términos generales, ostensiblemente más llana, accesible y solidaria que la media normal en el país. El carácter progresista de la iglesia local. La imposibilidad de mimetizarse por parte del ejército que, para bien o para mal, está allí, ante la población civil. Son elementos que contribuyen a delinear un perfil diferencial.
Parece innecesario abundar sobre las aceptables condiciones de trabajo, salud, educación y vivienda que, a diferencia de casi todo el resto del país, ofrece el lugar. Principal motivo de atracción de la migración y, tal vez, uno de los puntales sobre los que descansa un grado de solidaridad social y participación política por encima del conocido en la argentina actual.
Todo parece haber vuelto a la normalidad. Más allá de los lógicos interrogantes que el desenlace de la crisis suscita y podrá suscitar aún -que no son, por otra parte, el objeto de esta nota- cada uno vuelve a ocupar su lugar.
Tal vez, y sin querer hacer gala de un optimismo que en las actuales circunstancias podría resultar obsceno, así como de la presencia de una gota de agua podría inferirse la existencia de los océanos, la singularidad local podría dar pie para avizorar una propuesta nacional. Quién sabe.
El Diario, abril 1987